miércoles, diciembre 07, 2005

La vida de siempre, los odios de siempre. La ternura parece variar. Sí, es la única intensidad que siento cambiar o mejor dicho mutar hacia la tendencia cotidiana: la muerte de lo propio ante lo ajeno. La tendencia mundana tan aterradora como inútil ante frente a los ojos de los demás. Es que acaso me ahogo en un mar de ginebra a preferir la melodiosa compañía de las voces. Voces que, sin embargo, siento cada vez menos humanas pero más abundantes.

Tomé el camino bifurcado hace un tiempo sin darme cuenta de ello y hoy pago por lo banal de esa decisión. Pero no veo tal nimiedad, hubo niebla alrededor y a tientas tuve que seguir la pared menos áspera, la menos hiriente pues mis yemas pasaron de azules a coloradas y luego a líquido rojo intenso. No me preocupa esa fuga de gotas, al final de cuentas la sustancia se repone, pero lo que me pasma es el somnífero abandono de lo sustancial que drena desde mi centro, que huye desde mi centro. Más que sin glóbulos me deja sin fuerzas, nubla mi visión y me envilece. No niego mi regocijo al herir a seres vivos bajo tal condición pero (siempre hay un pero) la enfermedad crece dentro de mí como parásito, no sé quién controla a quién, no sé quién lo hará y ganará mañana, no sé si recuerde el ayer y sólo recuerde mi pasado como lo indiferente de la mañana.