Tendido sobre la cama de un hospital, Pedro le agradecía a su hermano el regalo recién traído. Más que un regalo era un capricho, una de esas pulsiones que no se calman hasta verlas saciadas en sensaciones físicas y psíquicas. Mordiendo pedazo a pedazo, Pedro saboreaba el chocolate, ese dulce de su infancia que disparó en su mente mil imágenes de su madre y él corriendo en la arena ardiente del verano, en la grama fresca de la primavera, entre los árboles recios del invierno. Hoy, un día de otoño, Pedro terminaba el último mordisco que le dio al chocolate, el último mordisco a una vida marcada por una lacerante diabetes que lo acompañó desde que lo recuerda hasta ese día en la cama del hospital.
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