Para olvidar tengo una cama cubierta de un cubrecama azul capaz de adormitar al buey más fuerte y relajar el dolor.
Para gritar tengo la indignación del día a día, de los homicidas de hombres, ideas e ideales, tan venidos a menos últimamente.
Para cantar tengo letras y música que me recuerdan lo que debo ser en los momentos en que no soy.
Para la soledad tengo un pedazo de tierra en mis cuatro paredes que me cobijan como la mejor madre del planeta, como la mía.
Para correr tengo el largo camino de mis ancestros, luchadores de sudor y puño que marcaron silenciosamente la historia más linda de la humanidad, es decir, la hecha por el hombre común.
Para la esperanza tengo la sonrisa de mi hermano, tierna como seria y dedicada, astuta e inteligente.
Para amar tengo tu cuerpo cubierto de serenidad en largos recorridos sinuosos que dan la vuelta al mundo como a tu espalda.
Para soñar tengo el tiempo que aún no he vivido y que cada día me sobra a borbotones mientas más hago y menos sueño.
Para la tristeza tengo la alegría de olvidar para luego gritar y cantar en la soledad del camino por correr con la esperanza de amar y soñar.
martes, enero 22, 2008
lunes, enero 07, 2008
Sexo, situaciones y frases incómodas
1. Subiéndote los pantalones/falda en la sala de la casa de los padres de tu enamorada/o luego de ser ampayado in fraganti: “esteeee…ya me iba, no se preocupe señor”.
2. Intento de conversación luego del sexo con una total desconocida: “esteeee…y cómo te llamabas?”.
3. Intento de conversación luego de una primera relación sexual con alguien del mismo sexo: “...el alcohol puede ser muy traicionero, ¿no? ¡¿NO?!”.
4. Al terminar el sexo y sacarse el preservativo con, digamos, algunos agujeros de más: “¿Qué no vienen con hueco en ambos lados?"
5. Inmediatamente luego del sexo cuantificable en segundos que llegan apenas a un dígito: "Me hubieras dado un segundo más y siquiera me daba tiempo para darme cuenta que habíamos iniciado".
6. Luego de un repentino ataque de flacidez a la erección: “esteee…-grillos de fondo-…es la primera vez que me pasa, te lo juro”.
7. Luego que el hombre le pide a la mujer que le haga el amor y él posicionarse de espaldas a ella: “…(música de grillos, distintos a los del punto anterior)”.
8. Una vez que ella ha visto la diminuta tarjeta de presentación del hombre: “Uy, me hubieras dicho que acá se servía poco, así podía almorzar antes de verte”.
ACLARACIÓN: El autor de este post no ha estado en ninguna de las situaciones anteriores. ¿Qué? De veras. !No! ¿por qué piensas eso? ¿Aunque sea alguna de ellas?...Bueno, una alguna vez. ¿Cómo? ¿Que seguro fueron como 5? No, 4 no más!
2. Intento de conversación luego del sexo con una total desconocida: “esteeee…y cómo te llamabas?”.
3. Intento de conversación luego de una primera relación sexual con alguien del mismo sexo: “...el alcohol puede ser muy traicionero, ¿no? ¡¿NO?!”.
4. Al terminar el sexo y sacarse el preservativo con, digamos, algunos agujeros de más: “¿Qué no vienen con hueco en ambos lados?"
5. Inmediatamente luego del sexo cuantificable en segundos que llegan apenas a un dígito: "Me hubieras dado un segundo más y siquiera me daba tiempo para darme cuenta que habíamos iniciado".
6. Luego de un repentino ataque de flacidez a la erección: “esteee…-grillos de fondo-…es la primera vez que me pasa, te lo juro”.
7. Luego que el hombre le pide a la mujer que le haga el amor y él posicionarse de espaldas a ella: “…(música de grillos, distintos a los del punto anterior)”.
8. Una vez que ella ha visto la diminuta tarjeta de presentación del hombre: “Uy, me hubieras dicho que acá se servía poco, así podía almorzar antes de verte”.
ACLARACIÓN: El autor de este post no ha estado en ninguna de las situaciones anteriores. ¿Qué? De veras. !No! ¿por qué piensas eso? ¿Aunque sea alguna de ellas?...Bueno, una alguna vez. ¿Cómo? ¿Que seguro fueron como 5? No, 4 no más!
sábado, enero 05, 2008
Al fondo del corredor, donde la luz se quiebra
Silvia lucía un tanto desengañada de sí misma quizá. Esa fue la impresión que me dejaron cinco minutos a su lado. Una chica joven con futuros deleites por delante capaces de marcar hitos en su familia pero, a la vez, opacada por el paso de los años, de sus años, sería mejor decirlo. Años en los que desde quinceañera soñaba con el típico y casi anacrónico vestido blanco en una iglesia de techo alto. En su familia es tradición que la primogénita se case con el vestido de la madre, tradición que se amarra (pues no hay otra palabra para calificar este hecho en las últimas dos generaciones) con un matrimonio temprano, casi juvenil, que no debe pasar de los 17 años (eso va para todas las hijas).
Hace 9 años, Silvia comparte su vida con un hombre para ella especial. Comparte. Un verbo algo injusto para el sacrificio que ella hace de su vida. Silvia aprendió por naturaleza (que viene de la forma en que fue criada y no realmente de la naturaleza) que la felicidad tiene forma de esos genios de lámpara del oriente. La felicidad de una mujer, bajo el concepto y el escaso espacio mental que ofrecía la crianza femenina en su familia, es ver cumplidos los deseos de la pareja en cada segundo, en cada decisión, en cada movimiento, en cada acción, en cada estúpida palabra.
Hace una hora que observo a Silvia y veo que el desencanto en sí misma debe haber crecido tanto a lo largo de estos años hasta el punto que un nombre le debería haber puesto. Se ha mimetizado y exteriorizado en su cuerpo. Una mirada casi perdida y oblicua hacia el piso es una constante en sus momentos de silencio. Dedos que se enredan y desenredan unos a los otros. Uñas que al toparse unas con otras en forma nerviosa (tic que repite hasta en los momentos de calma total) emiten clics frenéticos de un ratón de computadora operado por un adolescente impío en uno de esos juegos llenos de violencia.
Silvia ya no aguanta el escozor de ser la primogénita soltera que viene rompiendo por 12 años consecutivos la tonta tradición de su familia. En el décimo aniversario de esa cábala muerta (lo que equivale al séptimo de su actual y, valga anotar, única relación) Silvia le entregó 12 papeles a Javier cada uno declarando (unos en tinta azul y otros en negra), además de su cruel desespero, que la tranquilidad para el resto de su vida se traduce en anillos de compromiso que van de 300 dólares (felicidad instantánea) hasta unos 2.500 unidades de billetes del tío Sam (felicidad ilusoria).
Hoy día Silvia no entiende que Javier no piensa en futuro, como casi todos los hombres. Silvia no entiende que tiene la capacidad de ser alguien mejor estando con alguien mejor. Esa puta resignación le ha impuesto un techo de felicidad muy bajo y amargo en tono de tradición familiar que ella, lamentablemente, trasladará en forma de venganza hacia sus hijas y, sin darse cuenta, hacia las siguientes generaciones.
Hace 9 años, Silvia comparte su vida con un hombre para ella especial. Comparte. Un verbo algo injusto para el sacrificio que ella hace de su vida. Silvia aprendió por naturaleza (que viene de la forma en que fue criada y no realmente de la naturaleza) que la felicidad tiene forma de esos genios de lámpara del oriente. La felicidad de una mujer, bajo el concepto y el escaso espacio mental que ofrecía la crianza femenina en su familia, es ver cumplidos los deseos de la pareja en cada segundo, en cada decisión, en cada movimiento, en cada acción, en cada estúpida palabra.
Hace una hora que observo a Silvia y veo que el desencanto en sí misma debe haber crecido tanto a lo largo de estos años hasta el punto que un nombre le debería haber puesto. Se ha mimetizado y exteriorizado en su cuerpo. Una mirada casi perdida y oblicua hacia el piso es una constante en sus momentos de silencio. Dedos que se enredan y desenredan unos a los otros. Uñas que al toparse unas con otras en forma nerviosa (tic que repite hasta en los momentos de calma total) emiten clics frenéticos de un ratón de computadora operado por un adolescente impío en uno de esos juegos llenos de violencia.
Silvia ya no aguanta el escozor de ser la primogénita soltera que viene rompiendo por 12 años consecutivos la tonta tradición de su familia. En el décimo aniversario de esa cábala muerta (lo que equivale al séptimo de su actual y, valga anotar, única relación) Silvia le entregó 12 papeles a Javier cada uno declarando (unos en tinta azul y otros en negra), además de su cruel desespero, que la tranquilidad para el resto de su vida se traduce en anillos de compromiso que van de 300 dólares (felicidad instantánea) hasta unos 2.500 unidades de billetes del tío Sam (felicidad ilusoria).
Hoy día Silvia no entiende que Javier no piensa en futuro, como casi todos los hombres. Silvia no entiende que tiene la capacidad de ser alguien mejor estando con alguien mejor. Esa puta resignación le ha impuesto un techo de felicidad muy bajo y amargo en tono de tradición familiar que ella, lamentablemente, trasladará en forma de venganza hacia sus hijas y, sin darse cuenta, hacia las siguientes generaciones.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)