jueves, junio 10, 2010

Retazo de sueño

Un jirón de sol rodaba sobre tu espalda al lento compás del viento,
dejando al descubierto tu piel de terciopelo y tus vellos color oro,
sonreías con la seguridad de una reina sin descendencia en su castillo,
tan fresca como si un orgasmo acabara de dejar su factura en tus labios.

Te miraba con la ansiedad de quien aún cree en la alquimia como religión,
te espiaba con la sutileza del mar azotando un velero de competencia,
evidentemente me sentía más lejano a ti mientras más me acercaba,
era uno de esos días en los que deseo que amanezca anocheciendo.

jueves, junio 03, 2010

Golpe a golpe, verso a verso

Un poco de Machado, en momentos que busco flotar.


Caminante no hay camino


Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso.

martes, junio 01, 2010

Nadia

Nadia hoy vuelve a cerrar sus ojos durante el trabajo, pensando en él, en cuándo vendrá nuevamente, en cómo él entró al cuarto aquella primera vez despojándola de la frialdad de su piel, en cómo salió dejando un aire de esperanza que su memoria no deja de abrazar, en cómo al salir dejó una puerta a medio abrir que llena cada sábado.

Una racha de amor sin apetito, cantaba Sabina, detrás de las paredes. Un sábado más, se repetía Nadia detrás de su uniforme de trabajo que ya empezaba a raerse. La fricción corroe. Segunda hora de trabajo, cerró nuevamente los ojos, pensando que pronto tendría que regresar a la tienda de lencería donde habitualmente compraba su uniforme. Sí, esa tienda donde el vendedor hablaba con los ojos y olía con las manos. Un repugnante más.

Cuarta hora de trabajo, entra el cuarto cliente. Nadia, sentada de espaldas a la puerta, viva sin alma, con aliento de tísico, ojos abiertos. Retumba en su nariz, luego en su mente, rápidamente en su corazón, el olor de él. Son sus pisadas, se dice ella. Es su ritmo al caminar, es su rutina de desvestirse, se confirma ella misma: Él baja el cierre de su casaca en dos tiempos, se la quita primero por el brazo izquierdo y luego en el cascarón de madera que llaman silla.

Sin casaca pero desvestido en sentimientos, él se acerca sin acechar. Nadia, aún sin voltear, ve que su piel toma color, multicolor. Crecen flores por sus poros, sus hombros se convierten en colinas, en trayectos, en rutas, en bienvenida. Tiembla, como siempre, cruje como la madera seca.

La rutina de estos amantes se inicia. Echados, frente a frente, se miran a los ojos durante lo que dura el simulado contrato de alquiler. Nunca hablan, no hace falta. Miradas húmedas en ocasiones, ojos que recorren el rostro del otro, angustias contadas en silencio. Esperanzas de algo por venir, le pregunta a él con los ojos. Él responde sin hablar.

Foto de: Blog de Emma Sopeña