Un jirón de sol rodaba sobre tu espalda al lento compás del viento,
dejando al descubierto tu piel de terciopelo y tus vellos color oro,
sonreías con la seguridad de una reina sin descendencia en su castillo,
tan fresca como si un orgasmo acabara de dejar su factura en tus labios.
Te miraba con la ansiedad de quien aún cree en la alquimia como religión,
te espiaba con la sutileza del mar azotando un velero de competencia,
evidentemente me sentía más lejano a ti mientras más me acercaba,
era uno de esos días en los que deseo que amanezca anocheciendo.
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