Me pregunto cuántas veces necesitaré mentirme para decirme la verdad en monosílabos, para exhalar en cada vocablo, en un solo vocablo, la seguridad del león en plena caza y a la vez la confianza tímida de la liebre en el campo. En estos días tus cabellos han dejado de ser el pasto de mi almohada, el prado donde sintiéndome niño mis palmas recorren una y otra vez palpando las puntas de las espigas del trigo al sol.
La distancia entre la cama y la cocina sigue siendo la misma, ayer cuando tú la recorrías que hoy sin ti. Sin embargo, ya no la mido en pasos. La mido en recuerdos. Recuerdos de los músculos de tu espalda, músculos de filigrana tejida por un viejo artesano, que finamente se tensan y relajan debajo de tu piel de desierto en una terrible vibración en tempo sensual; músculos de tu espalda que conversan hacia los infiernos con las fibras que recorren sinuosamente tus nalgas [léase culo] que tanto ansío y que se alargan por tus piernas hasta la ruta que rige la obscenidad de tus pantorrillas y la elegancia de tus tobillos. En cifras frías el recorrido sigue estando limitado a los mismos quince pasos pero los gobierna tu recuerdo. Son quince pasos que se ahogan en tu recuerdo tierno y sexual. Son quince pasos de duración indeterminada. Son quince pasos que configuran tu triste ausencia y mi melancólica paciencia.
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