Paris derramó la lágrima más triste en mi rostro,
pero a la vez fue la más alegre, tremenda contradicción.
La tristeza de no tenerte produjo mares en mis ojos,
mares incontenibles, que no paran desde hace semanas.
tan fácilmente como destrozar corazones deshechos
en el día más soleado de un florido verano
donde tus ojos son látigos de felicidad.
Sin embargo, esta vez, la tempestad fue alegre, viva.
Aquella lágrima recorrió mi nariz y mejilla suavemente,
casi como si no tocara mi piel, sino simplemente la rozara.
un roce que sólo he sentido perpetrado por tus dedos.
Estabas presente, sin duda, en esa lágrima dulce.
Esa lágrima dulce eras tú, lo sentí en la oscuridad del cuarto.
En ese instante se acabó la soledad, se acabó la tristeza.
Entró en mí la calma, se fueron las dudas y se arrimó el sueño.
Dormí contigo.
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